LOS NÚMEROS FAVORECEN A LAS MINORÍAS

domingo, 30 de agosto de 2009

Durante el porfiriato todos los estados tenían escuelas de tercera clase, mixtas o de dos turnos que estaban destinadas a las poblaciones pequeñas y dispersadas. Se cree que también las haciendas y los ranchos tenían escuelas para los hijos de los empleados, sin embargo no se tiene una cifra exacta de cuantas escuelas eran.
En el estado de San Luis Potosí había, durante el Porfiriato, 222 escuelas rurales y 206 urbanas, es por ello que el problema más importante de este estado era el de llevar la educación a las poblaciones rurales. Tamaulipas fue otro estado que le dio prioridad a la educación rural. En 1899 se organizó un Congreso Pedagógico con el objetivo de unificar la educación y “establecer un plan estatal de proyecciones al futuro”.Se levantó una estadística escolar rural y se escogieron las haciendas o ranchos que tuvieran mayor población o en la que algún vecino ofreciera el local o alguna otra ventaja.
Uno de los estados ejemplares en cuanto a la educación era Jalisco debido a que más de una tercera parte de los niños con edad escolar iba a la escuela, sin embargo aún faltaba seguir fundando otras en las rancherías y las haciendas.
Los problemas de la falta de educación en zonas rurales se debía a el despreció con el cual los liberales y positivistas veían al indio. Durante muchos años se pensó que el rendimiento del país sería mejor si se impulsaba la inmigración, sin embargo esta alternativa no tuvo éxito pronto que el desarrollo de México tendría que basarse en su propia población. A partir de la primera década del presente siglo aumentó el interés por educar al indio, como único medio de integrarlo a la sociedad. Se celebraron varios congresos agrícolas y cuatro católicos dedicados a los problemas de la raza indígena. El periodista de ese culto, Trinidad Sánchez Santos, pensaba que había que mejorar la condición del indio, antes que mandarlo a la escuela. Algunos ideólogos del Porfiriato como Francisco Bulnes, Emilio Rabasa y Francisco Cosmes compartían puntos de vista con Sánchez Santos. Ellos pensaban que la educación por si misma no cambiaría el destino de los indígenas: “la instrucción obligatoria es inútil, decía Cosmes, porque de nada sirve al indígena saber leer y escribir: esto no cambia su suerte”. Rabasa, por su parte, pensaba que antes de enseñarle a leer al indio era necesario liberarlo de sus propias miserias. Bulnes y el positivista ortodoxo Austín Aragón decían que mientras no se repartieran la tierra y se aumentaran los jornales de los campesinos, la educación sólo fomentaría el inconformismo social. Estos pensadores fueron más bien la excepción que la regla, pues aún Justo Sierra pensaba que la educación por si misma sería suficiente para integrar al indio a la sociedad y mitigar las desigualdades sociales.

En el periodo del Porfiriato hubo una distinción del desarrollo educativo entre los estados del país, por un lado se encontraba el norte progresista, el sur atrasado y el centro, un mundo de transición entre una y otra regiones. Los estados del norte como Sonora, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas y Baja California lograron los índices de alfabetización más altos; no necesariamente porque tuvieran los presupuestos más altos , sino porque la política de los gobernadores estaba centrada en la educación.
Los estados menos alfabetizados durante el Porfiriato fueron Guerrero, Oaxaca y Chiapas debido a que contaban con más personas indígenas el cual siempre fue un obstáculo para los programas educativos. A pesar de que los estados del norte le daban más importancia a la educación no eran los más alfabetizados.
Durante el Porfiriato el número de escuelas privadas y del clero era muy inferior al de las oficiales, y de las primeras dos, las privadas superaban con mucho a las segunda. Debido a la escasez de las escuelas y a la pobreza de recursos, el estado porfirista motivó a los particulares, ofreciéndoles útiles o textos escolares, para que abrieran planteles educativos siempre y cuando se sujetaran a las normas y programas establecidos por el gobierno. Los particulares a su vez, ayudaron al gobierno cediendo casa para escuelas sin cobrar renta.
A pesar de las motivaciones que se le daban a las escuelas particulares éstas no eran tan buenas como las oficiales ni tenían tanta demanda, es por ello que disminuyeron durante el Porfiriato. Los que asistían a las escuelas particulares eran los hijos de las familias acomodadas quienes iniciaban su enseñanza en sus hogares para después acudir a una escuela privada, esto es “porque sentían una viva repulsión por las escuelas oficiales”. Sin embargo, eran más los que acudían a las escuelas oficiales debido a que se daba una enseñanza cada vez “más completa y más seria” que incluso las personas de clase media decidieron asistir a ellas. Al igual que existían escuelas oficiales y particulares también habían escuelas del clero que solo formaban una pequeña minoría a pesar de que la tradición católica fue fuertemente arraigada por el pueblo mexicano. Parece ser que muchas escuelas establecidos por laicos funcionaban como católicas, cabe mencionar que la enseñanza religiosa estaba permitida siempre y cuando cumplieran con los programas oficiales.
En el Porfiriato la mayoría de las escuelas funcionaban para uno u otro sexo, es decir, los niños y las niñas no asistían al mismo tiempo a la escuela, a excepción de los lugares marginados que a falta de escuelas los niños y niñas tenían que compartir clases, siempre y cuando estuvieran separados dentro del salón de clases. En la mayoría de los estados, eran más los niños quienes acudían a la escuela debido a que se le daba prioridad a diferencia de las niñas quienes se tenían que quedar en casa para ayudar a sus madres en los quehaceres domésticos.
Como podemos observar, durante el Porfiriato había desigualdades en cuanto a las escuelas que se dividían en oficiales, particulares y del clero; y también en cuanto a la separación de los niños y las niñas en la educación.

LOS MAESTROS DE LA REVOLUCIÓN (1910-1919)

La revolución mexicana interrumpe el proyecto educativo porfiriano, particularmente en lo que se refiere a la centralización de la enseñanza primaria y a los esfuerzos que pretendían homogeneizar al magisterio mediante la unificación de los planes de estudio en la enseñanza normal.
La participación de los maestros durante el movimiento armado fue muy diversa, la mayoría de los docentes no intervino en la política y continuo desempeñando sus funciones sin importar el gobierno para el que trabajaran, no obstante, algunos fueron victimas de la política y padecieron desde el retraso temporal o indefinido de sus sueldos hasta el cese por haber colaborado con el enemigo, otros, quizás los menos, participaron a lado de alguna de las fracciones o grupos revolucionarios como ideólogos, escribanos, secretarios y consejeros de los jefes, organizadores y dirigentes de campesinos y obreros. Algunos de ellos llegaron a ser jefes políticos y militares.
Durante la revolución, la política para formar maestros fue una continuidad del régimen porfiriano, aunque con algunos cambios importantes. Uno de ellos y el más notable fue la interrupción del antiguo proyecto para federalizar la enseñanza primaria, uniformándola en todo el país mediante la centralización, las asambleas nacionales de instrucción pública y el acuerdo entre el gobierno federal de los estados. Esta uniformación pretendía construir un sistema nacional de educación primario moderno con elementos de comunes e igual orientación en toda la república.
El proyecto para federalizar la enseñanza normal se interrumpió por los mismos factores que truncaron la federalización de la educación primaria: la revolución mexicana, descentralizada en un principio, reforzó en el corto plazo la antigua resistencia de los estados para ceder parcial o totalmente sus sistemas locales al gobierno federal.
La revolución también produjo algunos intentos por reorientar la enseñanza normal, como los planes y programas de estudio. En general se buscaba una enseñanza normal mucho más comprometida con el pueblo y la revolución.
Durante la revolución encontramos también signos de continuidad y cambios en la profesión docente, hubo profesores titulados normalistas y no normalistas, profesores titulados por los gobiernos de los estados y por los ayuntamientos y profesores sin títulos.
Durante la revolución los pedagogos, ideólogos o dirigentes magisteriales utilizaron sus conocimientos y habilidades especializados como el principal argumento para reclamar el monopolio sobre los principales cargos directivos del ramo.
Las escuelas normales cumplieron una función ambigua respecto a los cambios sociales y políticos provocados por la revolución: por un lado, transmitieron y reprodujeron los valores del orden, por el otro, fueron transmisoras de los valores del cambio.
No hubo estado o grupo revolucionario que no contara en su fila con más de un maestro, e incluso los cantaron por decenas. También es indudable que hubo maestros que influyeron en los discursos y en los programas de algunos grupos revolucionarios.
Los maestros primarios eran miembros de una profesión de Estado. Además, como miembros de un grupo, visto como subprofesional y por su origen sociodemográfico, sus afinidades eran más cercanas a las de los jefes revolucionarios. Por lo mismo, los maestros primarios tuvieron un menor desprecio que los universitarios hacia los “iletrados”, “ignorantes” y, a veces, “salvajes” jefes revolucionarios.
Durante, y sobre todo después de la revolución, el papel del magisterio ha sido exaltado por casi todos los candidatos a los puestos de representación popular en sus campañas electorales. Esa exaltación tiene un significado múltiple: el papel realmente revolucionario del magisterio, el afán de congraciarse con los maestros como agentes políticos individuales o como gremio, la promesa educativa que esa exaltación encierra y la resistencia de otros grupos de profesionistas como los egresados de las universidades a apoyar a la revolución y a sus candidatos.
La participación de los maestros en la revolución fue mayor que la de otros grupos de profesionistas. Precisamente destaca una de las características de los maestros y de su labor que los distinguen de médicos, abogados e ingenieros, y que pudieron haber contribuido a que su participación fuera mayor.
Los maestros enrolados en la revolución constituyeron un grupo mucho más numeroso que el resto de los profesionistas; sin embargo, su participación fue quizá menor en el periodo prerrevolucionario.
A diferencia de los norteños, los maestros del centro y del sur del país se incorporaron hasta después del triunfo de la revolución.
La participación del magisterio del norte, aparte de corresponder el fenómeno más general de adhesión o subordinación al gobierno revolucionario en turno, fue el resultado de otro fenómeno: al igual que la sociedad norteña, los maestros normalistas formaban parte de una especie de sociedad nómadas seminómada, integrados por migrantes del resto del país con un intenso intercambio físico y de información con estados unidos.
¿Quiénes y cuándo fueron a la revolución?
Los maestros se sumaron a la revolución en los estados y ayuntamientos que se fueron a la oposición desde el principio o en los que dominaron los primeros grupos opositores al gobierno de Díaz.
Muchos profesores siguieron trabajando o colaborando con los gobiernos y ayuntamientos oposicionistas, igual que lo hacían antes de que se convirtieran en opositores al régimen; en algunas partes las autoridades siguieron siendo las mismas.
Al principio fueron muy pocos los maestros que por decisión personal se enrolaron en alguno de los grupos alzados o levantados en una región distinta y distante al lugar donde desempeñaban su función docente.
Durante la revolución los normalistas querían desplazar a los médicos, a los abogados y a los ingenieros de los órganos colegiados, de las oficinas de instrucción pública y de las cátedras de las escuelas normales, pues consideraban que esas posiciones eran suyas, por lo que progresivamente las habían ido ocupando.
En cierto sentido, el profesor de primaria era más un profesionista de la educación que el universitario. Una de las razones más obvias era la proporción de maestros de tiempo completo en la que los primeros sobrepasaban a los segundos, en otras palabras, eran más los maestros de primaria que vivían de y para la docencia.
Los normalistas populares fueron muy exaltados por los jefes revolucionarios, a diferencia de los universitarios elitistas quienes fueron fustigados. Los normalistas le reprochaban a la universidad y a los universitarios su conservadurismo y elitismo, a fin de alcanzar una mejor posición tanto en el nuevo orden posrevolucionario como en la sociedad, la política, la administración pública y la dirección educativa nacional o de los estados.
Durante la lucha de revolución los maestros enfrentaron dos desventajas: la crisis de las escuelas normales heredadas del Porfiriato y la politización del reclutamiento; de igual modo, contaron con una doble ventaja: la expansión de la profesión docente y la tensión entre los gobiernos revolucionarios y la universidad.
La presencia de los maestros en la revolución fue muy importante tanto para los jefes militares como para el mejoramiento de la educación.

Si no haces ni dices lo que piensas para que piensas

miércoles, 26 de agosto de 2009