La revolución mexicana interrumpe el proyecto educativo porfiriano, particularmente en lo que se refiere a la centralización de la enseñanza primaria y a los esfuerzos que pretendían homogeneizar al magisterio mediante la unificación de los planes de estudio en la enseñanza normal.
La participación de los maestros durante el movimiento armado fue muy diversa, la mayoría de los docentes no intervino en la política y continuo desempeñando sus funciones sin importar el gobierno para el que trabajaran, no obstante, algunos fueron victimas de la política y padecieron desde el retraso temporal o indefinido de sus sueldos hasta el cese por haber colaborado con el enemigo, otros, quizás los menos, participaron a lado de alguna de las fracciones o grupos revolucionarios como ideólogos, escribanos, secretarios y consejeros de los jefes, organizadores y dirigentes de campesinos y obreros. Algunos de ellos llegaron a ser jefes políticos y militares.
La participación de los maestros durante el movimiento armado fue muy diversa, la mayoría de los docentes no intervino en la política y continuo desempeñando sus funciones sin importar el gobierno para el que trabajaran, no obstante, algunos fueron victimas de la política y padecieron desde el retraso temporal o indefinido de sus sueldos hasta el cese por haber colaborado con el enemigo, otros, quizás los menos, participaron a lado de alguna de las fracciones o grupos revolucionarios como ideólogos, escribanos, secretarios y consejeros de los jefes, organizadores y dirigentes de campesinos y obreros. Algunos de ellos llegaron a ser jefes políticos y militares.
Durante la revolución, la política para formar maestros fue una continuidad del régimen porfiriano, aunque con algunos cambios importantes. Uno de ellos y el más notable fue la interrupción del antiguo proyecto para federalizar la enseñanza primaria, uniformándola en todo el país mediante la centralización, las asambleas nacionales de instrucción pública y el acuerdo entre el gobierno federal de los estados. Esta uniformación pretendía construir un sistema nacional de educación primario moderno con elementos de comunes e igual orientación en toda la república.
El proyecto para federalizar la enseñanza normal se interrumpió por los mismos factores que truncaron la federalización de la educación primaria: la revolución mexicana, descentralizada en un principio, reforzó en el corto plazo la antigua resistencia de los estados para ceder parcial o totalmente sus sistemas locales al gobierno federal.
La revolución también produjo algunos intentos por reorientar la enseñanza normal, como los planes y programas de estudio. En general se buscaba una enseñanza normal mucho más comprometida con el pueblo y la revolución.
Durante la revolución encontramos también signos de continuidad y cambios en la profesión docente, hubo profesores titulados normalistas y no normalistas, profesores titulados por los gobiernos de los estados y por los ayuntamientos y profesores sin títulos.
Durante la revolución los pedagogos, ideólogos o dirigentes magisteriales utilizaron sus conocimientos y habilidades especializados como el principal argumento para reclamar el monopolio sobre los principales cargos directivos del ramo.
Las escuelas normales cumplieron una función ambigua respecto a los cambios sociales y políticos provocados por la revolución: por un lado, transmitieron y reprodujeron los valores del orden, por el otro, fueron transmisoras de los valores del cambio.
No hubo estado o grupo revolucionario que no contara en su fila con más de un maestro, e incluso los cantaron por decenas. También es indudable que hubo maestros que influyeron en los discursos y en los programas de algunos grupos revolucionarios.
Los maestros primarios eran miembros de una profesión de Estado. Además, como miembros de un grupo, visto como subprofesional y por su origen sociodemográfico, sus afinidades eran más cercanas a las de los jefes revolucionarios. Por lo mismo, los maestros primarios tuvieron un menor desprecio que los universitarios hacia los “iletrados”, “ignorantes” y, a veces, “salvajes” jefes revolucionarios.
Durante, y sobre todo después de la revolución, el papel del magisterio ha sido exaltado por casi todos los candidatos a los puestos de representación popular en sus campañas electorales. Esa exaltación tiene un significado múltiple: el papel realmente revolucionario del magisterio, el afán de congraciarse con los maestros como agentes políticos individuales o como gremio, la promesa educativa que esa exaltación encierra y la resistencia de otros grupos de profesionistas como los egresados de las universidades a apoyar a la revolución y a sus candidatos.
La participación de los maestros en la revolución fue mayor que la de otros grupos de profesionistas. Precisamente destaca una de las características de los maestros y de su labor que los distinguen de médicos, abogados e ingenieros, y que pudieron haber contribuido a que su participación fuera mayor.
Los maestros enrolados en la revolución constituyeron un grupo mucho más numeroso que el resto de los profesionistas; sin embargo, su participación fue quizá menor en el periodo prerrevolucionario.
A diferencia de los norteños, los maestros del centro y del sur del país se incorporaron hasta después del triunfo de la revolución.
La participación del magisterio del norte, aparte de corresponder el fenómeno más general de adhesión o subordinación al gobierno revolucionario en turno, fue el resultado de otro fenómeno: al igual que la sociedad norteña, los maestros normalistas formaban parte de una especie de sociedad nómadas seminómada, integrados por migrantes del resto del país con un intenso intercambio físico y de información con estados unidos.
¿Quiénes y cuándo fueron a la revolución?
Los maestros se sumaron a la revolución en los estados y ayuntamientos que se fueron a la oposición desde el principio o en los que dominaron los primeros grupos opositores al gobierno de Díaz.
Muchos profesores siguieron trabajando o colaborando con los gobiernos y ayuntamientos oposicionistas, igual que lo hacían antes de que se convirtieran en opositores al régimen; en algunas partes las autoridades siguieron siendo las mismas.
Al principio fueron muy pocos los maestros que por decisión personal se enrolaron en alguno de los grupos alzados o levantados en una región distinta y distante al lugar donde desempeñaban su función docente.
Durante la revolución los normalistas querían desplazar a los médicos, a los abogados y a los ingenieros de los órganos colegiados, de las oficinas de instrucción pública y de las cátedras de las escuelas normales, pues consideraban que esas posiciones eran suyas, por lo que progresivamente las habían ido ocupando.
En cierto sentido, el profesor de primaria era más un profesionista de la educación que el universitario. Una de las razones más obvias era la proporción de maestros de tiempo completo en la que los primeros sobrepasaban a los segundos, en otras palabras, eran más los maestros de primaria que vivían de y para la docencia.
Los normalistas populares fueron muy exaltados por los jefes revolucionarios, a diferencia de los universitarios elitistas quienes fueron fustigados. Los normalistas le reprochaban a la universidad y a los universitarios su conservadurismo y elitismo, a fin de alcanzar una mejor posición tanto en el nuevo orden posrevolucionario como en la sociedad, la política, la administración pública y la dirección educativa nacional o de los estados.
Durante la lucha de revolución los maestros enfrentaron dos desventajas: la crisis de las escuelas normales heredadas del Porfiriato y la politización del reclutamiento; de igual modo, contaron con una doble ventaja: la expansión de la profesión docente y la tensión entre los gobiernos revolucionarios y la universidad.
La presencia de los maestros en la revolución fue muy importante tanto para los jefes militares como para el mejoramiento de la educación.
El proyecto para federalizar la enseñanza normal se interrumpió por los mismos factores que truncaron la federalización de la educación primaria: la revolución mexicana, descentralizada en un principio, reforzó en el corto plazo la antigua resistencia de los estados para ceder parcial o totalmente sus sistemas locales al gobierno federal.
La revolución también produjo algunos intentos por reorientar la enseñanza normal, como los planes y programas de estudio. En general se buscaba una enseñanza normal mucho más comprometida con el pueblo y la revolución.
Durante la revolución encontramos también signos de continuidad y cambios en la profesión docente, hubo profesores titulados normalistas y no normalistas, profesores titulados por los gobiernos de los estados y por los ayuntamientos y profesores sin títulos.
Durante la revolución los pedagogos, ideólogos o dirigentes magisteriales utilizaron sus conocimientos y habilidades especializados como el principal argumento para reclamar el monopolio sobre los principales cargos directivos del ramo.
Las escuelas normales cumplieron una función ambigua respecto a los cambios sociales y políticos provocados por la revolución: por un lado, transmitieron y reprodujeron los valores del orden, por el otro, fueron transmisoras de los valores del cambio.
No hubo estado o grupo revolucionario que no contara en su fila con más de un maestro, e incluso los cantaron por decenas. También es indudable que hubo maestros que influyeron en los discursos y en los programas de algunos grupos revolucionarios.
Los maestros primarios eran miembros de una profesión de Estado. Además, como miembros de un grupo, visto como subprofesional y por su origen sociodemográfico, sus afinidades eran más cercanas a las de los jefes revolucionarios. Por lo mismo, los maestros primarios tuvieron un menor desprecio que los universitarios hacia los “iletrados”, “ignorantes” y, a veces, “salvajes” jefes revolucionarios.
Durante, y sobre todo después de la revolución, el papel del magisterio ha sido exaltado por casi todos los candidatos a los puestos de representación popular en sus campañas electorales. Esa exaltación tiene un significado múltiple: el papel realmente revolucionario del magisterio, el afán de congraciarse con los maestros como agentes políticos individuales o como gremio, la promesa educativa que esa exaltación encierra y la resistencia de otros grupos de profesionistas como los egresados de las universidades a apoyar a la revolución y a sus candidatos.
La participación de los maestros en la revolución fue mayor que la de otros grupos de profesionistas. Precisamente destaca una de las características de los maestros y de su labor que los distinguen de médicos, abogados e ingenieros, y que pudieron haber contribuido a que su participación fuera mayor.
Los maestros enrolados en la revolución constituyeron un grupo mucho más numeroso que el resto de los profesionistas; sin embargo, su participación fue quizá menor en el periodo prerrevolucionario.
A diferencia de los norteños, los maestros del centro y del sur del país se incorporaron hasta después del triunfo de la revolución.
La participación del magisterio del norte, aparte de corresponder el fenómeno más general de adhesión o subordinación al gobierno revolucionario en turno, fue el resultado de otro fenómeno: al igual que la sociedad norteña, los maestros normalistas formaban parte de una especie de sociedad nómadas seminómada, integrados por migrantes del resto del país con un intenso intercambio físico y de información con estados unidos.
¿Quiénes y cuándo fueron a la revolución?
Los maestros se sumaron a la revolución en los estados y ayuntamientos que se fueron a la oposición desde el principio o en los que dominaron los primeros grupos opositores al gobierno de Díaz.
Muchos profesores siguieron trabajando o colaborando con los gobiernos y ayuntamientos oposicionistas, igual que lo hacían antes de que se convirtieran en opositores al régimen; en algunas partes las autoridades siguieron siendo las mismas.
Al principio fueron muy pocos los maestros que por decisión personal se enrolaron en alguno de los grupos alzados o levantados en una región distinta y distante al lugar donde desempeñaban su función docente.
Durante la revolución los normalistas querían desplazar a los médicos, a los abogados y a los ingenieros de los órganos colegiados, de las oficinas de instrucción pública y de las cátedras de las escuelas normales, pues consideraban que esas posiciones eran suyas, por lo que progresivamente las habían ido ocupando.
En cierto sentido, el profesor de primaria era más un profesionista de la educación que el universitario. Una de las razones más obvias era la proporción de maestros de tiempo completo en la que los primeros sobrepasaban a los segundos, en otras palabras, eran más los maestros de primaria que vivían de y para la docencia.
Los normalistas populares fueron muy exaltados por los jefes revolucionarios, a diferencia de los universitarios elitistas quienes fueron fustigados. Los normalistas le reprochaban a la universidad y a los universitarios su conservadurismo y elitismo, a fin de alcanzar una mejor posición tanto en el nuevo orden posrevolucionario como en la sociedad, la política, la administración pública y la dirección educativa nacional o de los estados.
Durante la lucha de revolución los maestros enfrentaron dos desventajas: la crisis de las escuelas normales heredadas del Porfiriato y la politización del reclutamiento; de igual modo, contaron con una doble ventaja: la expansión de la profesión docente y la tensión entre los gobiernos revolucionarios y la universidad.
La presencia de los maestros en la revolución fue muy importante tanto para los jefes militares como para el mejoramiento de la educación.
1 comentarios:
Hola Ramos, muy interesante el resumen que elaboraste sobre el texto, sin embargo necesitas hacer un esfuerzo por reflexionar en torno a lo leído, aportar tus puntos de vista. Te propongo puedas profundizar sobre las causas que provocaron las pugnas entre normalista y universitarios.
Va un saludo.
Además quiero aprovechar para invitarte a comentar los textos de tus compañeros.
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